A veces adoptamos una actitud o una conducta sin saber realmente por qué, al menos a nivel consciente. Es entonces cuando la mente se vale de todo tipo de trucos y artimañas para proporcionarnos una explicación plausible a nuestros actos; son lo que llamamos excusas. Y es que el subconsciente, ese titán desconocido e ingobernable, es el que tiene la última palabra. ¿Por qué cambiamos de decisión en el último momento, cuando aparentemente ya lo teníamos todo claro? ¿Por qué cometemos errores irreversibles y navegamos a contracorriente, en lugar de fluir tranquilamente por las aguas de la lógica? Y yendo todavía más lejos, ¿por qué cometemos crímenes por los que tarde o temprano deberemos pagar un precio muy elevado?
Pero también es verdad que la improvisación es bonita. Y la locura añade un toque de color a la escala de grises de la sensatez. Qué aburrido sería tenerlo todo premeditado, calculado, previsto, como un científico que mezcla rigurosamente varias sustancias, midiendo con cuidado las cantidades de cada una con tal de obtener el efecto deseado. Es, en todo caso, más emocionante la elaboración de un perfume: mezclar olores, unos más sutiles, otros más estridentes, que cuando se entrelazan, dan como resultado un exquisito aroma, sea una agradable esencia afrutada o un coqueto y sensual perfume de vainilla. Tal proceso no deja de ser metódico y preciso, pero es a la par creativo y artístico, calificaciones que podemos aplicar sin duda a cualquier disciplina que requiera técnica e imaginación, como la pintura, la música, la poesía… Para que luego algunos se empeñen en erigir un muro entre ciencias y letras, siendo estas últimas, en muchas ocasiones, tratadas con desdén y menosprecio por parte de los estudiosos más pragmáticos que arguyen que “las letras no sirven para nada”.
Quizás solo sea cuestión de racionar las dosis de locura para no caer en esa especie de limbo donde vagan sueños irrealizables, ilusiones inalcanzables, ideales marchitados. Cada uno debe ser consciente de sus propias limitaciones y no apuntar demasiado alto. La vanidad es mala, así como es mala la carencia de aspiraciones. En pocas palabras, sería algo así como “debes soñar pero no demasiado, ser idealista y práctico a la vez”. ¿No se nos exige demasiado en esta vida? Solvencia, perseverancia, capacidad de resistir, de persistir, de seguir adelante a pesar de las adversidades, de volver a confiar a pesar de los desengaños. Y de comedir nuestros actos de locura, pues ésta nos lleva a la inestabilidad e incluso a la ruina; y de evitar convertirnos en esclavos de la lógica, pues ésta nos conduce a la monotonía y a la cohibición.
¡Qué difícil es trazar la frontera entre la razón y el corazón! “Sé que no es lo adecuado para mí, pero me atrae tanto la idea…” “Sé que es perjudicial pero me parece tan excitante…” Así es como nacen y prosperan las adicciones, unas nocivas para el cuerpo y otras para el alma. A veces la razón consigue imponerse y dominar las riendas de la locura; algunos simplemente somos lunáticos e intentamos encontrar, a sabiendas de que es una utopía, el punto intermedio, el equilibrio puro y perfecto, lo que algunos filósofos griegos, como Epicuro, bautizaron como mesotes.